miércoles, 15 de marzo de 2017

La cruz de los divorciados y vueltos a casar / Ronald Rivera

La cruz de los divorciados y vueltos a casar

            La realidad que vivimos en la Iglesia con nuestros hermanos bautizados que son divorciados y vueltos a casar, en nupcias civiles, debe estar enmarcada en todo momento y bajo cualquier circunstancia con caridad plena y sincera.

            Una de las objeciones clásicas contra la idea de acoger penitencialmente a los divorciados que se han vuelto a casar la fórmula del siguiente modo el cardenal Höffner: “Si los divorciados que se han vuelto a casar fueran admitidos a la comunión, serían reconocidos por la Iglesia como personas que viven en la gracias y el amor de Dios”. Este tipo de afirmaciones es sumamente inquietante, porque sugiere que, según que la Iglesia acepte o rechace en el fuero externo el acceso a los sacramentos, está diciendo acerca de la presencia o la ausencia de la gracia de Dios en cada individuo. Y este intento nos deja como Iglesia al borde de un vacío peligroso de apropiación absoluta de la misericordia de Dios.

            Lo que puedo decirles a los hermanos bautizados que llevan esta cruz que la penitencia, el arrepentimiento y el hambre espiritual, va más allá de nuestras propias infidelidades, la inalterable fidelidad de Dios. Sin dejar de resaltar que la realidad del adulterio sigue presente, y siempre la penitencia más loable es la de vivir como hermanos.

            Son muchos los divorciados y casados de nuevo que comprenden que el sacramento del matrimonio, celebrado con ocasión de su primera unión y con intención de perdurabilidad, no puede ser borrado y repetido en beneficio de una segunda unión. Ello significaría, efectivamente, vaciarlo de su simbolismo y de toda su fuerza sacramental. En cambio, les resulta más difícil percibir que a quienes han fracasado en su compromiso conyugal se les prohíba alimentar penitencialmente y eucarísticamente su vida bautismal. En su condición de creyentes, anhelan que se les reconozca el derecho a participar en los sacramentos más fundamentales de la vida creyente y que estén directamente vinculados a la iniciación cristiana. Sin duda una tarea ardua, donde la santificación a través de la obediencia y adoración Eucarística es el mejor camino para caminar en esta dolorosa situación.


            Lo importante es dejar claro que no hay bautizados de primera y otros de segunda o de tercera. La riqueza de esta Nueva Alianza es talque necesita la diversidad de los grandes momentos de la vida humana para explicitar sus llamamientos. Como ocurre con una sinfonía, donde la totalidad de la armonía proviene de la complementariedad nacida de todas las voces y de todos los instrumentos empleados. El ojo no es la mano, ni el oído es el olfato; y, sin embargo, todos los miembros y sentidos no forman más que un solo cuerpo, decía Pablo en una alegoría perfectamente ideada y cuya significación sacramental resulta evidente (1 Cor 12).



La cruz de los divorciados no casados de nuevo / Ronald Rivera

La cruz de los divorciados no casados de nuevo

            Una realidad cada vez más tangible son aquellas parejas que por distintos motivos se separan y divorcian. En esta realidad hablaremos del cónyuge que ha padecido el divorcio sin contraer nuevas nupcias civiles.

            La invitación de la Iglesia, como madre,  al divorciado que ha padecido del divorcio, que se mantenga en la fidelidad conyugal. Aún cuando es un proceso doloroso, a medida que se va comprendiendo esta nueva realidad, las fuerzas van llegando, algunas del mismo amor de Dios, otras a través del acompañamiento que la Iglesia como madre debe brindar, y otras fuerzas que se van adquiriendo por la propia voluntad. Estas fuerzas deben enfocarse en comprender que una separación no rompe el vínculo conyugal, y menos la responsabilidad adquirida en la educación cristiana de los hijos y diversas responsabilidades de la vida cristiana. Estos hermanos que pasan por la difícil cruz de la separación merecen plena estima y deben poder contar con la sincera solidaridad de los hermanos en la fe.

            El hecho de que, habiendo quedado forzosamente solo, no se deja implicar en un nuevo matrimonio civil, puede convertirse en un precioso testimonio del amor absolutamente fiel a Dios, dado por la gracia del sacramento del matrimonio: su vida serena y fuerte puede sostener y ayudar a los hermanos en la fe tentados a faltar gravemente a su vínculo matrimonial.

            No existen problemas particulares para la admisión a los sacramentos: el haber sencillamente sufrido el divorcio no constituye culpa, significa haber recibido una violencia y una humillación, que hacen más necesario, por parte de la Iglesia, el testimonio de su amor y ayuda hacia estos hijos.

            El cónyuge que ha pedido y obtenido el divorcio sin casarse de nuevo posteriormente, podría recibir de la Iglesia, su madre, la ayuda necesaria, siempre abierto a la posibilidad de una eventual reanudación de la convivencia conyugal, como la superación de distintas tentaciones o lejanía de la comunidad de bautizados.

            La situación de quien ha solicitado el divorcio, aun cuando no se haya casado de nuevo, de por sí hace imposible la recepción de los sacramentos, a no ser que se arrepienta sinceramente y concretamente repare el mal realizado.

            De no poderse reparar la convivencia conyugal, el divorciado debe poner en conocimiento del sacerdote que él, a pesar de haber obtenido el divorcio civil, se considera verdaderamente unido ante Dios por el vínculo matrimonial y que vive separado por motivos moralmente válidos, en especial por la inoportunidad o imposibilidad de una reanudación de la convivencia conyugal.



Convivir con mi hermano, un reto en Familia / Ronald Rivera



Entre hermanos. Conflictos de intereses (Gn 13, 2-18)

            Menos mal que tensiones tan graves como las de Caín y Abel son raras. Sí suelen darse por motivos de raza o de pueblos enfrentados, cuando la envidia y el sentido de inferioridad o de superioridad desencadenan guerras fratricidas.

            Pero nosotros nos movemos ahora en el ámbito de la familia y queremos detenernos en lo que tal vez el caso más frecuente de litigio o de ruptura de la fraternidad y la amistad: los conflictos de intereses. Dos personas están de acuerdo, de se quieren, disfrutan cuando se hablan, van juntas por ahí. De pronto llega la frialdad, el silencio y la desconfianza que terminan en diferencia, litigio y separación. ¿Qué ha sucedido? Vamos a leer una historia bíblica que nos presenta a un tío y un sobrino: Abraham y Lot.

            Abraham es un hombre con suerte. Tenía poco y ahora dispone de rebaños. Se ha convertido en un hombre estimado y respetado. Su sobrino Lot, que era huérfano, le siguió cuando emigró del lejano Oriente hacia Palestina y participó siempre en su trabajo y su suerte. Un día decidió tener rebaños propios y disponer de hombres. Poco a poco, intereses que eran comunes se van haciendo cada vez más divergentes. La Biblia da a entender que la culpa no es fundamentalmente de Abraham, hombre recto y pacífico, ni probablemente de Lot, que respeta mucho a su tío, sino de sus trabajadores, que se pelean mucho. Ya se sabe que los litigios entre pastores suelen ser crueles y dramáticos por un pozo, por un lugar de pasto, por un sendero o por un robo a la manada, imaginario o cierto. El caso es que Abraham y Lot, que habían vivido en magnífica armonía y en prefecta sociedad de intereses, comienzan a distanciarse.

            ¿Qué hará Abraham? Podría insistir en sus derechos, reivindicar su prioridad, hacer que todo se incline bajo el cayado de su mando. En cambio como hombre sabio y comprensivo. Comprende que a un cierto punto no vale la pena defender ciertos derechos con minuciosidad. Hay familias que por haberlo hecho así se han envenenado la sangre por años y años, han gastado grandes sumas de litigios y mientras tanto, los bienes por los que contendían, no han producido fruto alguno. Antes de embarcarse en pleitos por intereses conviene preguntarse: ¿Merecerá la pena? Y algo más importante: ¿Qué hace un cristiano cuando ve que por una parte están unos pocos derechos, no siempre seguros, y por otro la seguridad de perder la paz, el amor, la armonía, el buen humor y la salud? ¿Y qué decir del daño causado al alma y a la fe cuando no conseguimos vivir en paz?

            Abraham dice a Lot: “Evitemos las discordias entre nosotros y entre nuestros pastores, porque somos hermanos. Tienes delante toda la tierra; sepárate de mí; si tú hacia la derecha, yo iré a la izquierda; si tú vas a la izquierda yo iré a la derecha” (Gn 13, 8-9). Abraham deja que Lot elija los mejores pastos. Abraham aceptó renunciar a algunos derechos suyos, pero de hecho sus pastos fueron más duraderos.

            Abraham nos invita a no renunciar a priori a nuestros derechos en caso de pleito pero:


  1. No hay que exagerar las causas de los altercados por motivos de interés.
  2. Hay que saber ser de corazón generoso y buscar de buen grado el arreglo amistoso y no el litigio, tal vez con la ayuda de alguna persona sabia y amiga de las dos partes.
  3. Hay que evitar que una diferencia de intereses sea motivo de rencor, amargura u hostilidad.
  4. Hay que saber ceder, seguros de que Dios no dejará de recompensar a quien tiene corazón generoso.

domingo, 12 de marzo de 2017

A qué viene el Año Jubilar Centenario de la Virgen de Fátima / Ronald Rivera



Tenemos una buena noticia para todas los que amamos a la Santísima Virgen María, como nuestra Madre y Abogada. La Buena Nueva fue dada ya hace algunos meses atrás cuando Mons. Antonio Marto, Obispo de Leiría-Fátima, el 27 de noviembre de 2016, proclama el año jubilar Centenario de la Virgen de Fátima. Uniéndose  a la iniciativa el papa Francisco ha concedido la indulgencia durante todo ese año jubilar  que terminará el 26 de noviembre de 2017.

Para participar activamente en la iniciativa del Papa Francisco es necesario repasar las condiciones habituales para obtener la indulgencia:

1.       Confesarse, comulgar, y rezar el Padrenuestro y el Credo, por las intenciones del Papa.

2.       Tener una oración en particular, para encomendarse, a la Virgen María.

3.       Peregrinar al Santuario de la Virgen en Fátima, en cualquier tiempo del año.

4.       Pero en lugar de ir a Portugal, se puede visitar el 13 de  cada mes, desde mayo, día de las apariciones, hasta octubre, un templo, oratorio o lugar adecuado, en cualquier parte del mundo, donde se exponga una imagen de Nuestra Señora de Fátima.

5.       Para las personas enfermas, ancianos o impedidos de movilizarse, basta rezar ante una imagen de la Virgen de Fátima, en los días 13 de cada mes, entre mayo y octubre, ofreciendo sus oraciones y dolores o los sacrificios de su propia vida a Dios misericordioso, a través de María.

Mons. Antonio Marto, Obispo de Fátima, explica que la Virgen se apareció para confirmar la esperanza firme de paz: “Por eso debemos convertirnos, cambiar de actitud y revestirnos con armas de la luz, como el rearme moral y espiritual de la conciencia de vivir la paz de Dios, la paz del corazón, la paz con los demás”.

Además que subraya que “el milagro más importante de Fátima no  es propiamente la danza del sol, sino la conversión del corazón y de vida, de tantas personas que sucede aquí, sin que se vea, y que también podemos llamar la “danza de conversión”, al ritmo de la música de Dios que resuena en el Magnificat de la Virgen  y llena de alegría. Debemos vivir este año como un tiempo favorable de acción de gracias por el don de la visita y del mensaje de la Virgen y por las gracias recibidas”.

Por ello invita a realizar “la experiencia de la ternura y de la misericordia de Dios, de la devoción tierna al Inmaculado Corazón de María, de conversión y de compromiso con Dios y a favor de los otros y de la paz del mundo a ejemplo de los tres pastorcitos”. El Prelado repite el llamado de la Virgen de Fátima a la “oración y a la lucha por la paz y la defensa de la dignidad  de los oprimidos y de los inocentes, víctimas de guerras o genocidios sin precedentes en la historia”. El Obispo se refiere a las apariciones de la Virgen de Fátima a los tres pastorcitos: Lucía, Francisco y Jacinta, en 191,7, en los que la Virgen, para evitar la primera guerra mundial, pidió la conversión de Rusia, que lamentablemente no se dio.

Algo de Historia

La advocación mariana de Fátima se remonta al tiempo de la reconquista de la Península Ibérica hacia finales del siglo IX cuando las tropas cristianas expulsaron a las musulmanas hasta el río Duero. El último jefe musulmán en esa región tenía una hermosa hija llamada Fátima. Un distinguido joven católico portugués se enamoró y se casó con ella, quién abrazó la fe católica. El joven esposo puso a la localidad en la que vivían el nombre de su esposa Fátima. Y en ese lugar ocurrieron las apariciones en 1917.

Pero, ¿qué son las indulgencias? La etimología latina de la palabra puede ayudarnos a situarnos en una pista correcta. El verbo “indulgeo” significa “ser indulgente” y también “conceder”. La indulgencia es, pues, algo que se nos concede, benignamente, en nuestro favor.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos proporciona, con palabras de Pablo VI, una definición más precisa: “La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados, en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora de la redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los santos” (Catecismo, 1471).

La definición, exacta y densa, relaciona tres realidades: la remisión o el perdón, el pecado, y la Iglesia. La indulgencia consiste en una forma de perdón que el fiel obtiene en relación con sus pecados por la mediación de la Iglesia.

¿Qué es lo que se perdona con la indulgencia? No se perdonan los pecados, ya que el medio ordinario mediante el cual el fiel recibe de Dios el perdón de sus pecados es el sacramento de la penitencia (cf Catecismo, 1486). Pero, según la doctrina católica, el pecado entraña una doble consecuencia: lleva consigo una “pena eterna” y una “pena temporal”. ¿Qué es la pena eterna? Es la privación de la comunión con Dios. El que peca mortalmente pierde la amistad con Dios, privándose, si no se arrepiente y acude al sacramento de la penitencia, de la unión con Él para siempre.

Pero aunque el perdón del pecado por el sacramento de la Penitencia entraña la remisión de la pena eterna, subsiste aún la llamada “pena temporal”. La pena temporal es el sufrimiento que comporta la purificación del desorden introducido en el hombre por el pecado. Esta pena ha de purgarse en esta vida o en la otra (en el purgatorio), para que el fiel cristiano quede libre de los rastros que el pecado ha dejado en su vida.

Podemos poner una comparación. Imaginemos una intervención quirúrgica: un trasplante de corazón, por ejemplo. El nuevo corazón salva la vida del paciente. Se ve así liberado el enfermo de una muerte segura. Pero, cuando ya la operación ha concluido exitosamente, e incluso cuando está ya fuera de peligro, subsiste la necesidad de una total recuperación. Es preciso sanar las heridas que el mal funcionamiento del corazón anterior y la misma intervención han causado en el organismo. Pues de igual modo, el pecador que ha sido perdonado de sus culpas, aunque está salvado; es decir, liberado de la pena eterna merecida por sus pecados, tiene aún que reestablecerse por completo, sanando las consecuencias del pecado; es decir, purificando las penas temporales merecidas por él.

La indulgencia es como un indulto, un perdón gratuito, de estas penas temporales. Es como si, tras la intervención quirúrgica y el trasplante del nuevo corazón, se cerrasen de pronto todas las heridas y el paciente se recuperase de una manera rápida y sencilla, ayudado por el cariño de quienes lo cuidan, la atención esmerada que recibe y la eficacia curativa de las medicinas.

La Iglesia no es la autora, pero sí la mediadora del perdón. Del perdón de los pecados y del perdón de las penas temporales que entrañan los pecados. Por el sacramento de la Penitencia, la Iglesia sirve de mediadora a Cristo el Señor que dice al penitente: “Yo te absuelvo de tus pecados”. Con la concesión de indulgencias, la Iglesia reparte entre los fieles la medicina eficaz de los méritos de Cristo nuestro Señor, ofrecidos por la humanidad. Y en ese tesoro precioso de los méritos de Cristo están incluidos también, porque el Señor los posibilita y hace suyos, las buenas obras de la Virgen Santísima y de los santos. Ellos, los santos, son los enfermeros que vuelcan sus cuidados en el hombre dañado por el pecado, para que pueda recuperarse pronto de las marcas dejadas por las heridas.

¿Tiene sentido hablar hoy de las indulgencias? Claro que sí, porque tiene sentido proclamar las maravillas del amor de Dios manifestado en Cristo que acoge a cada hombre, por el ministerio de la Iglesia, para decirle, como le dijo al paralítico: “Tus pecados están perdonados, coge tu camilla y echa a andar”. Él no sólo perdona nuestras culpas, sino que también, a través de su Iglesia, difunde sobre nuestras heridas el bálsamo curativo de sus méritos infinitos y la desbordante caridad de los santos.

Carácter Interreligioso de las apariciones

Recordemos que la hija más conocida del profeta Mahoma fue Fátima az-Zahra (en árabe “la luminosa”), transmisora  de la sucesión consanguínea de su padre. Se casó con Alí, el cuarto de los califas musulmanes y primer Imán de los musulmanes Chiitaas. En el Corán se la venera con gran devoción al igual que a la Virgen María. Esa coincidencia pasó desapercibida durante muchos siglos hasta que en 1917 tuvieron lugar en Fátima las apariciones de la Virgen María, conocida por esa advocación.  Por esa razón muchos musulmanes peregrinan allí movidos  por su fe.

El Arzobispo Fulton J. Sheen (1895-1979)

El Arzobispo Fulton Sheen, cuya causa de beatificación está avanzada, promovió mucho esa devoción para llegar a la reconciliación entre musulmanes y cristianos. Un hecho que ante la persecución de los cristianos, en países de mayoría musulmana, pudiese ser una herramienta divina para una pacificación religiosa.

La Reconciliación entre Cristianos y Musulmanes una tarea actual


Ante la magnitud del conflicto bélico en Siria y en otros países, el papa Francisco, teme la posibilidad de desencadenarse la Tercera Guerra Mundial de imprevisibles dimensiones mortíferas. Por ello promueve la urgencia de orar a la Virgen María de Fátima pidiéndole la reconciliación entre musulmanes y católicos para alcanzar la paz. Ya ha anunciado que peregrinará a Fátima el 12 y 13 de mayo de este Año Mariano Jubilar.

jueves, 23 de febrero de 2017

Primer Encuentro Iberoamericano de Teología DECLARACIÓN DE BOSTON



Primer Encuentro Iberoamericano de Teología

DECLARACIÓN DE BOSTON




Durante varios días, teólogas y teólogos católicos de Ibero-América nos reunimos en Boston, Estados Unidos de América, con espíritu ecuménico, interreligioso, intercultural, integrador y solidario. La vocación eclesial nos lleva a pensar, investigar, aprender, enseñar y comunicar la riqueza de la fe cristiana en la Iglesia y la sociedad. Compartimos la vida, la oración, la Eucaristía, la reflexión y el diálogo para hacer un discernimiento en común de los nuevos signos de los tiempos de nuestra época. Ahora queremos compartir algunos frutos de nuestro trabajo con la comunidad eclesial y el público en general.

Reconocemos, con gozo y alegría, que vivimos un momento favorable en el desarrollo de la teología y, en general, en la vida de la Iglesia. Creemos que vivimos un kairós eclesial a partir de los procesos iniciados por el obispo de Roma, Francisco, primer pontífice proveniente de América Latina. Sus impulsos de renovación evangélica, expresados en la necesidad de una reforma, tanto de las mentalidades como de las estructuras de la institución eclesial, en perspectiva sinodal, nos animan apreguntarnos por dónde pasa Dios hoy en nuestra historia y qué realidades se le oponen. Nuestro discernimiento nos ha permitido descubrir aquellos rasgos y signos de una historia común, desde donde queremos mirar los desafíos presentes y futuros de esta época global en la que vivimos. Así, enfatizamos la importancia de mirar, desde la Palabra de Dios leída en la Iglesia, la situación socio-política y económica de nuestros países, concibiéndola como un lugar teológico fundamental, en el que la Iglesia está llamada a insertarse para acompañar, como Pueblo Dios, a los pueblos de este mundo.

Por ello, queremos discernir nuestra presencia como creyentes a partir de la cuestión social de esta época, caracterizada, en lo socioeconómico, por la existencia de relaciones y sistemas de exclusión e inequidad, en lo sociocultural, por la necesidad de ir de lo pluricultural a lo intercultural, y, en lo sociopolítico, por la urgencia de consolidar el sistema democrático y las formas emergentes de la sociedad civil que propongan una mirada más humana de este mundo. En este marco reafirmamos nuestra opción por los pobres y excluidos.

América Latina y el Caribe no es la región más pobre en términos económicos, pero sigue siendo la más desigual. La causa no está ni en la renta ni en la herencia, como en Europa o Estados Unidos, sino en una distribución desigual de los ingresos y las oportunidades, incluyendo la inequitativa propiedad privada concentrada de la tierra, que genera riqueza para unos pocos y pobreza para muchos. Urge pues, una teología profética que desacralice falsos dioses. No podemos dejar de denunciar las causas económicas y culturales de la pobreza, y debemos estar atentos a las mediaciones socio-políticas que se implementen para su superación. Una teología profética inculturada supone preguntarnos desde dónde hacemos teología, y de qué lado social nos ubicamos para comprender la realidad. Para ello, es necesario un discernimiento crítico de los nuevos estilos "de corte neopopulista" (DA 74) que emergen por vía democrática en distintos países de América.

En este sentido, nos hemos preguntado por el servicio que presta la teología pensada, dicha y escrita en castellano o español -en el marco de los idiomas iberoamericanos y de todas las lenguas de América que comunican el Evangelio- a la comunidad eclesial y, especialmente, al magisterio universal, junto con la concepción o el modelo del misterio de la Iglesia que le caracteriza y sustenta. Reconocemos la importancia numérica y socio-cultural del uso del español en el catolicismo mundial actual. Nuestro trabajo conjunto ha confirmado la necesidad de acrecentar los vínculos personales e institucionales entre teólogas y teólogos latinoamericanos de habla española y portuguesa, españoles de lengua castellana y latinos de Norte América. Promovemos una teología teologal e histórica que salga a dialogar con las cuestiones que conciernen al contexto sociocultural y eclesial ibero-latino-americano.

Movidos por el Espíritu que actúa desde los márgenes de la Iglesia y el reverso de la historia, creemos que las periferias son lugares teológicos que obligan a la teología a preguntarse: ¿Cuándo un pueblo es católico: cuando tiene muchos templos o cuando tiene poca pobreza? Como consecuencia, ratificamos nuestro compromiso ineludible con las hermanas y los hermanos en las periferias de la sociedad, azotados por la pobreza y diversas formas de exclusión social, económica, política y eclesial, que llama, con urgencia, a luchar por su mayor inclusión e integración. Esto exige una mayor fidelidad de la institución eclesiástica a Jesús de Nazaret, Mesías liberador, Señor de la historia e Hijo de Dios. Reconocemos que la pobreza injusta mata porque genera formas de muerte prematura que debemos rechazar. Somos creyentes que apostamos por la puesta en práctica de la misericordia con justicia. Nuestra opción por los pobres se inserta en la memoria de la sangre de los mártires de América, celebrando su vida y recordando que su entrega por el Pueblo de Dios es luz que ilumina nuestro quehacer teológico.

Ante la gravedad de este momento histórico que clama por una presencia más viva en medio de nuestras comunidades, afirmamos la urgencia de colaborar con la pastoral y la teología del papa Francisco. Apoyamos una teología que se hace cargo de los conflictos y transita por las periferias. Al igual que los pastores, los teólogos hemos de oler a pueblo y a calle, por lo que creemos en la necesidad de sanar la deuda pastoral que la teología profesional tiene aún con nuestros pueblos pobres. En este contexto, la teología debe impregnarse de una misericordia que se nutra en el Evangelio y que promueva una Iglesia pobre y para los pobres, donde ellos sean sujetos de su propia historia, y nunca objetos de manipulaciones ideológicas, de cualquier orden. Los pobres, muchas veces víctimas de la violencia, han de ser para nosotros lugares teológicos privilegiados, por lo que nuestro compromiso no sólo ha de ser el de acompañarles, sino el de dejarnos evangelizar y transformar por ellos, en un proceso continuo de conversión pastoral y misionera.

Reconocemos que los procesos de globalización han permitido una mayor interdependencia e intercambio entre personas y pueblos remotos. Sin embargo, también vemos cómo hoy padecemos sus efectos socioculturales. Por ello, observamos con perplejidad la globalización de la indiferencia y de la indolencia. Dedicamos especial atención a los fenómenos de las migraciones, la precarización del empleo y la falta de oportunidades engendrados por sistemas que no asumen la causa de los pobres, ni los consideran sujetos de sus propios procesos. Hemos entrado en una nueva etapa mundial que algunos denominan como desglobalización caracterizada por la inhabilidad de relacionarnos como sujetos, de tú a tú, en relaciones humanizadoras recíprocas.

Creemos que los migrantes son un gran signo de nuestro tiempo. En ellos, los cristianos estamos llamados a reconocer el rostro y la voz de Jesús (Mt 25,35) y responder desde las siguientes claves: la afirmación de la dignidad de todo ser humano, la promoción de una «cultura del encuentro», la práctica de la fraternidad, la hospitalidad y la compasión. Las migraciones nos invitan a construir procesos de interculturalidad como elemento clave de nuestra reflexión teológica. La presencia de múltiples culturas en nuestros países exige el profundo reconocimiento de la alteridad, abrazando con amor las riquezas que nos regalan nuestras diferencias y ampliando permanentemente el horizonte de nuestras teologías. Esto supone un aprendizaje recíproco en las experiencias diarias y exige la disponibilidad constante al cambio de mentalidad a partir de nuestra inserción en el mundo de vida de los pobres.

Nuestras prácticas no pueden seguir reproduciendo formas de dominación, como aquellas marcadas por el clericalismo que no respeta a laicos y laicas. Las rigideces institucionales no ofrecen la imagen misericordiosa del Dios de Jesús y frenan los procesos necesarios de conversión pastoral de la iglesia. A este respecto corresponde destacar el valor de las nuevas teologías contextuales, como las hechas por mujeres, indígenas y afroamericanos, entre otras, que muestran sujetos que han sido marginados de la vida social y eclesial. Su compromiso por la liberación de nuestros hermanos, víctimas de marginación, ha puesto particular énfasis en las luchas y los sufrimientos que han padecido. Así, destacamos la labor hecha por las teólogas que nos invitan a mirar, con un mayor compromiso, la naturaleza y las causas de la opresión de las mujeres, permitiendo así una concepción más adecuada del tipo de transformaciones que nuestras sociedades requieren para un desarrollo pleno y auténticamente cristiano de todos.

Destacamos las contribuciones de la teología Latina en los Estados Unidos, como una forma de pensar la opción preferencial por los pobres y la defensa de la identidad religiosa y cultural de las comunidades latinas que son discriminadas, muchas veces, no sólo en la sociedad sino también en espacios eclesiales. Recogiendo las contribuciones de la teología latinoamericana, esta teología ha sabido prestar atención a temas claves de la experiencia de latinas y latinos en los Estados Unidos, destacándose el mestizaje, la religiosidad popular, en particular en sus expresiones marianas, y la experiencia de lo cotidiano. Creemos que, sólo reconociendo las raíces socioculturales y religiosas de estas personas en pueblos latinoamericanos, la Iglesia en los Estados Unidos y Canadá, podrá responder pastoralmente a este nuevo desafío. En este sentido, urge una mejor preparación y sensibilidad de los ministros y todos los agentes pastorales.

Estas consideraciones, señalan que la reforma sinodal de toda la Iglesia, en la complejidad de sus diversas instancias, y en fidelidad creativa al espíritu del Concilio Vaticano II, constituye un presupuesto ineludible para concebir la vida, la misión y la teología de las comunidades eclesiales. Como teólogas y teólogos ibero-latino-americanos, apoyamos con esperanza y colaboramos con el proceso de reforma de mentalidades y estructuras impulsado por el actual Obispo de Roma.

El Pueblo de Dios es una comunidad de discípulos misioneros llamado, en una dinámica de salida y donación, a testimoniar y anunciar el Evangelio bajo la guía del Espíritu Santo. Sólo una institución espiritualmente más evangélica, teológicamente más consistente y pastoralmente más abierta a la diversidad sociocultural y religiosa, podrá responder al desafío de trabajar por la justicia, la paz y el cuidado de la casa común, desde una genuina atención a los más pobres y excluidos de nuestra época.

María, sobre todo en la imagen y el nombre de la Virgen de Guadalupe, Patrona de América, acompaña nuestro caminar.


Primer Encuentro Iberoamericano de Teología
Realizado del 6 al 10 de febrero de 2017 en el Boston College
Boston, Massachusetts


Coordinadores:

Rafael Luciani (Venezuela)
Carlos María Galli (Argentina)
Juan Carlos Scannone SJ (Argentina)
Félix Palazzi (Venezuela)


Firmantes:

Omar César Albado
Virginia Raquel Azcuy
Luis Aranguren Gonzalo
Phillip Berryman
Agenor Brighenti
José Carlos Caamaño
Víctor Codina SJ
Harvey Cox (invitado)
Emilce Cuda
Allan Figueroa-Deck SJ
Mario Ángel Flores
Carlos María Galli
Roberto S. Goizueta
José Ignacio González Faus SJ
Gustavo Gutiérrez OP
Michael E. Lee
María Clara Lucchetti Bingemer
Rafael Luciani
Carmen Márquez Beunza
Carlos Mendoza-Álvarez OP
Patricio Merino
Félix Palazzi
Ahída Pilarski
Nancy Pineda-Madrid
Gilles Routhier
Luis Guillermo Sarasa SJ
Juan Carlos Scannone SJ
Carlos Schickendantz
María del Pilar Silveira
Jon Sobrino SJ
Roberto Tomichá OFM-Conv
Pedro Trigo SJ
Gabino Uríbarri SJ
Ernesto Valiente
Olga Consuelo Velez
Gonzalo Zarazaga SJ

domingo, 12 de febrero de 2017

Hacerse próximo en familia / Por Ronald Rivera



Para darle sentido a la cruz es necesario 
hacerse próximo en familia

Caridad y Palabra de Dios

            San Pablo exhorta a los cristianos de Colosas a vivir con aquellas virtudes que proceden de haber resucitado con Cristo, de ser santos por haber sido elegidos y amados por dios. So virtudes que se resumen en la caridad: “Y por encima de todo, revístanse del amor que es el vínculo de la perfección” (Col 3, 14).

            De esta forma a pesar de la cruz diaria, de los motivos para sentirse ofendidos o tener que quejarse de los demás, que sepan dar a su caridad incluso las dimensiones del soportarse mutuamente y de la prontitud al perdón a ejemplo del Señor y movidos por Él.

            De esta actitud profunda y constante brota una paz que es don de Cristo y que configura interior y exteriormente las condiciones de vida de los miembros de la comunidad, a las que todos estamos llamados.

            Como alimento, medio y garantía para mantenernos con este fervor y fuego de la caridad, está por una parte la alusión constante de la Palabra de Dios, que debe estar siempre en medio de los fieles y permanecer intensamente entre ellos, y, por otra, la oración incesante, “cantando a Dios con un corazón agradecido salmos, himnos y cánticos inspirados” (Col 3, 16).

Proximidad de Dios

            Comencemos por lo fundamental. El “hacerse próximo” atraviesa el misterio profundo de proximidad que constituye el sentido y el fundamento de toda la existencia familiar. Así, el primer modo de dejarse formar y modelar por la caridad es ser, precisamente como familia, fieles al proyecto de Dios: ser signo y sacramento de Dios para el mundo, signo e instrumento de la caridad de Cristo, testimonio e imagen viva de la proximidad misma de Cristo.

            Es la primera e insustituible misión de una familia cristiana, y más aún actualmente, ya que se imaginan y proponen formas de vida familiar que desgraciadamente en nada se parecen a imágenes de la caridad de dios y sí a una convivencia provisional, a un contrato de trabajo, a una comunidad de vida que se puede interrumpir al propio antojo.

Amor recíproco

            Un nuevo peldaño: para ofrecer el testimonio de la fidelidad a Dios, ser signo e instrumento de su amor, cada familia debe vivir el amor interiormente. Es el primer sendero de la caridad, como recuerda el Papa en la “Familiaris Consortio”, cuando dice que la primera tarea de la familia consiste en “vivir fielmente la realidad de la comunión con el empeño constante de desarrollar una auténtica comunidad de personas” (nº 18).

            Amor vivido entre marido y mujer, entre padres e hijos, entre hermanos y hermanas, entre unos familiares y otros.

            Amor que significa buen entendimiento, serenidad recíproca, capacidad para sonreír, comprender, escuchar el discurso del otro; ausencia de prejuicios recíprocos, superación de distancias, de reticencias, de desconfianzas, de momentos difíciles que suelen presentarse para turbar las relaciones familiares; capacidad de realizar entre las distintas generaciones intercambios y enriquecimiento mutuo.

            Amor que se declina con las modulaciones ricas y realistas sugeridas por el apóstol Pablo en el pasaje a los colosenses y que nos remite, como alimento y garantía, a la escucha constante de la Palabra de Dios en familia, a la oración en familia.

            Se trata, por, tanto de asegurar esos momentos y espacios estupendos e insustituibles, aun en medio de la marcha agotadora del día a día, y de todas las dificultades prácticas que pueden surgir. Es el significado del tiempo de desierto aplicado a la familia.

            Se trata, por tanto, de encontrar todos juntos el valor, la fuerza y la alegría de unir las manos y expresar a dios los sentimientos más profundos del corazón. De tres modos podemos hacerlo: orar juntos con las palabras que sabemos, orar juntos con un salmo, orar juntos con una página del Evangelio.  

Abrazar la cruz de la infidelidad matrimonial / Por Ronald Rivera



Abrazar la cruz de la infidelidad matrimonial

            La infidelidad matrimonial es una realidad. Se verifica más a menudo de lo que suponen los moralistas. Y es un error buscar soluciones ilusas o ciegas. No sobreviene casi nunca por casualidad o con una persona cualquiera. La infidelidad tiene casi siempre una larga “prehistoria” y, en general, “sucede” en situaciones claramente típicas con personas que tienen una relación bien precisa con quien es infiel: ellos representan exactamente lo que le falta. Ellos son, o por lo menos dan la impresión de ser, un complemento ideal de quien es infiel. Junto al matrimonio se vive aquello que no puede ser vivido en el matrimonio o es vivido en tono menor.
            Por eso, a mi parecer, frente a estos casos no sirven para nada ni sentimentalismos, ni lágrimas, ni escenas. Sólo pueden servir de ayuda, a parte de la oración, tres preguntas realistas:
            Primero: ¿Por qué lo he hecho? ¿Lo he intentado realmente todo para descubrir a mi mujer física, psíquica y espiritualmente? ¿Le he ofrecido afectivamente todas las posibilidades para que fuera ella misma, para descubrir su camino y para desarrollar en su vida un estilo personal?
            O bien, ¿Le he impedido todo esto por tranquilidad? Tal vez con mi comportamiento autoritario, sofocante e intolerante ¿He impedido que ella no haya conquistado nunca contornos definidos, que no se haya hecho una personalidad y que, se haya vuelto aburrida?
            Segundo: ¿Por qué lo ha hecho él? ¿Por qué me ha traicionado? ¿Lo haré tal vez agobiado con mis celos y desconfianza? ¿Soy, acaso, una fanática de la casa, que pensaba solamente en las cosas del hogar, de la oficina, de los hijos, mientras él llegaba a casa abatido en las noches? ¿Dedico más hora al internet que a estar con él? ¿Lo habré encadenado con mi amor? ¿Habré reducido su vida personal? ¿Me he preocupado por mantenerme atrayente, tanto física como intelectualmente? ¿He sofocado los momentos románticos con mi mal humor?
            Tercero: ¿Se puede salvar todavía nuestro matrimonio? En esta pregunta se encuentra la palabra decisiva. “Nuestro” matrimonio.
            La infidelidad matrimonial tiene siempre que ver con el secreto, el engaño, la mentira y la clandestinidad. Precisamente estos secretos tienen, por lo general, el efecto de volver extraños a los cónyuges.
            Aquí está uno con sus problemas.
            Allí el otro, también con los suyos.
            En medio se cruza la barrera de la desconfianza, de la ira, de los celos, de la desilusión.
            Y ahora surge esta pregunta, en que se trata de nuestro matrimonio, de algo común, por tanto, de algo que se debe pensar, tratar y aclarar en su interés comunitario. Esta pregunta representa la gran posibilidad de cada matrimonio que se halla en peligro de adulterio. Si se plantea con seriedad y con la mejor disposición personal y espiritual, el matrimonio ya está casi salvado.
            Lo que luego pase tiene que ver con la tolerancia, con la humanidad, con la generosidad y con el arte de vivir.
            El cónyuge terco, limitado, duro y egoísta, con seguridad no comprenderá nunca, y difícilmente o jamás logrará perdonar. El adulterio del cónyuge es una ruptura definitiva. Y significa la separación.
            Muchos cónyuges deben hacerse esta pregunta solos. Hay algunos cuya infidelidad no ha salido a la luz del día, y otros que se interpelan una y otra vez sobre el sentido o no-sentido, sobre el valor o no-valor de su conducta. Para ellos con frecuencia es más difícil que para aquellos cuya infidelidad ha sido descubierta. Más difícil, porque no cuentan con el alivio de la conversación, porque tienen miedo de confiarse con cualquier persona, porque temen con razón que su confianza podría ser mal entendida. Para ellos es más difícil, porque no pueden resolver el “enredo” con la confesión. Porque tienen que vivir toda la vida con la contradicción de haber traicionado a la pareja, a quien aman de doble manera: en la fidelidad y en la verdad.
¿Se puede prever la propia infidelidad?
¿Se puede la puede prevenir?
Sobre todo, ¿Un hombre puede amar a dos mujeres?
            Diez novelas no bastarían para responder a estas preguntas de manera satisfactorias. Por eso me voy a limitar a unas breves indicaciones desde la experiencia de hombre casado:
  1. ¿Realmente estoy enamorado? ¿Por qué no puede suceder esto? Tal vez caemos  en el error de creer que el matrimonio es una especie de seguro contra todas las “tentaciones” procedentes del exterior; pero no existe tal seguridad. Por eso la comunicación y una vida de constante participación sacramental es la clave para alejar las tentaciones procedentes de terceros.
  2. La presencia de esa mujer lo electriza. El problema no es sentir esa electricidad, el matrimonio no es capaza de impedir eso, pero lo más antes posible reflexiones un poco por ver si su “amiga” no colma una laguna importante de su vida matrimonial.
  3. Aún no has permitido nada. Usted pretende decir que todavía no ha cometido ninguna falta,  que hasta ahora es solo una chispa a distancia… Pues, le digo que desde el momento que recreó en su mente la posibilidad de la infidelidad desde ese momento ya quitó toda distancia y si no desiste de sus pensamientos esa chispa en la primera oportunidad ocasionará un incendio.
  4. Pero usted “ama también a su esposa…” aquí empieza su ilogicidad. Este “también” denota una coordinación equivocada. Es decir, que ese sentirse electrizado no tiene nada que ver con el amor. La relación basada en escudriñar mis carencias y llenarlas de placer no es vinculante, ni amorosamente ni siquiera debe serlo sexualmente. No puede amarse dos personas a la vez en plano sexual y afectivo por el simple hecho de que una relación amorosa prejuzga la otra. Lo que logres alcanzar con una pareja será una pérdida irremediable de lo que sientes por la otra. Y lamentablemente la más perjudicada es la persona infiel, pues a medida que esta esté vinculada afectivamente y sexualmente con distintas personas, aparte de su cónyuge, está restando su sentido afectivo y por lo general queda sin nada.
  5. ¿Cómo terminará mi relación infiel? La respuesta está en sus manos. Puede dejarse arrastrar por las circunstancias o dar un alto y sopesar lo que está perdiendo, empezando por su sanidad mental y afectiva.
            Antes de concluir este punto algunos consejos elementales:
            Primero: El matrimonio es algo más que “amar a un hombre o a una mujer”. El matrimonio es construir juntos un edificio vivo. Si se deja de construir, el matrimonio deja de respirar…
            Segundo: el matrimonio es algo más que la “la felicidad con los hijos”. El matrimonio es un jardín que hay que cuidar, a fin de que la joven vida pueda crecer.
            Tercero: el matrimonio es algo más que “vivir íntimamente en familia”. El matrimonio es el cristal en el que se reflejan las experiencias sociales decisivas para todos los miembros de la familia.

            Y la “máxima” más importante, si usted desea que su matrimonio se mantenga vivo, no debe olvidar que el centro de la relación debe estar basada en Dios y su vida sacramental. Si usted no hace caso de este último consejo, el peligro en su matrimonio se duplica.